lunes, 12 de junio de 2017

No coffee for old men

Llegué a mi casa, agotado tras la jornada, con la idea en la cabeza de tomar café. Pasé a la cocina y pude constatar que quedaba preparado en la cafetera, tan solo faltaba calentarlo. Por esto es que enchufé y prendí el adminículo doméstico y pasé a hacer trámites que el pudor no permite mencionar en el lugar más noble de una casa, también conocido como baño.

Mientras me entregaba a tareas que no detallaré, podía escuchar a mis hermanos gritándose desde las piezas y retándose por quién sabe qué tristes rencillas sin importancia, y cuando salí, fui a buscar el ansiado café. La cafetera estaba desenchufada. Grité con rabia a mis hermanos respecto de su estúpida manía de gritarse durante toda la tarde y su incapacidad para pronunciar cuatro míseras palabras para preguntar: "¿estás usando la cafetera?". Acto seguido, enchufé de nuevo la cafetera, con ya bastante rabia, pero sabiendo que no habría de esperar más que solo unos minutos a que se calentara. La esperanza seguía en pie.

Grande fue mi desilusión al descubrir que estos seres desenchufaron la cafetera para poner el hervidor eléctrico.

No hay final feliz para esta historia, pero sí una valiosa lección: mis hermanos no desenchufan nunca nada que no se esté usando (cuántas veces no he encontrado cargadores de celulares enchufados, sin celulares que cargar conectados), salvo por la cafetera. Pero ellos nunca tienen idea de cuándo no se está usando la cafetera, solo lo asumen. La vida apesta.

Adivinen quién está con síndrome de abstinencia y detestando todo lo que le rodea.