miércoles, 30 de marzo de 2016

La búsqueda del café - Épica travesía en busca de ingredientes

Coffee is love. Coffe is life.
Soy una persona de café. Tomo mucho. No así como para ser adicto, pero sí tomo regularmente unas dos tazas al día. Partí con café instantáneo en una época lejana, pero llegó un momento en la vida en que descubrí el café en grano. Ahora, uno de los problemas de ser pobre es que el cuerpo se acostumbra a ello y muchos sabores buenos nos parecen desagradables, porque estamos acostumbrados a la mierda de baja calidad. Por esto es que me tomó un tiempo acostumbrarme al café en grano, pero una vez que comenzó, ya no lo pude dejar y ahora no soporto el café instantáneo, único disponible en mi casa ahora.

Nuestra historia comienza hace unas semanas, cuando nuestro héroe descubre que sus reservas de café en grano molido menguaban inexorablemente. Como buen procrastinador que es, no consideró el hecho como algo crítico hasta que fue muy tarde y unos días atrás, la cafetera entregó su último elixir, último estertor de una veta que se agotó con demasiada prisa, sin medir consecuencias. Sin saber qué hacer y dándose cuenta de que el té no estaba a la altura de sus expectativas, gracias a su poca concentración de café, nuestro héroe decidió que era hora de dejar de procrastinar e ir en búsqueda de los ingredientes que tan preciado elixir merecían. El ingrediente particular era el café Águila Roja, de procedencia rodrigombiana colombiana, país famoso por su café. Por qué este café particular, solo nuestro héroe lo sabía, pero con su obstinación y monomanía, no existían demasiadas opciones, si hemos de ser fieles a la verdad.

Ingrediente crucial para
un buen brebaje
Nuestro héroe, entonces, toma sus avíos y emprende el camino. Hacia su trabajo, primero, porque es día laboral. Pero tras terminar sus quehaceres diarios, toma rumbo hacia unas tierras conocidas para él desde su infancia tardía, su prepubescencia, ya que, según le dijeran los sabios, allí se asentaban los proveedores del café.

Antaño, tierra de locales comerciales diversos y variados. Hoy, tierra de orientales, ya que si bien el primer piso seguía siendo de locales comerciales diversos y variados, el segundo y el tercero se convirtieron en lo que los parroquianos llaman El Mall Chino. Si bien debido a la naturaleza rodrigombiana colombiana del objeto del viaje de nuestro héroe, era muy poco probable encontrarlo allí, nuestro héroe no lo descartó y recorrió incansablemente no solo una, sino que varias veces el sitio. Pero no encontró establecimiento alguno que pareciera de origen rodrigombiano colombiano, tan solo uno muy bien provisto de té de abundantes variedades, pero cuyo origen estaba más cercano al país nipón que a ningún otro, y en el que, al momento de nuestro héroe preguntar, le aseguraron que no abastecían de café.

Desilusionado, pero aún esperanzado, nuestro héroe recorre los alrededores de la calle San Diego, en el centro de la urbe que es su hogar, buscando incesantemente aquel proveedor que le entregara el ansiado producto, mas su búsqueda fue infructuosa. Abatido, vuelve al Mall Chino, para preguntar a los locatarios acerca de la referencia, bastante vaga, que le dieran sus fuentes. Mas cuál no fue su sorpresa, al enterarse que el local de productos japoneses era su objetivo.

El destino es un amante caprichoso, pero nuestro héroe, como hemos señalado, es obstinado y no se rinde con facilidad. Es por esto, que recuerda que varios días antes, buscando dónde proveerse del ansiado café, encontró rezando a la red internacional a través de su profeta Google, un lugar, La tiendecita colombiana, cerca de la Plaza de Armas de la metrópolis, que según su propia descripción, se encargaban de importar bienes de Rodrigombia Colombia.

Nuestro héroe no contaba para llegar a destino más que con una dirección y la noción de que estaba cerca de la Plaza de Armas, no obstante, siendo un habitante de la jungla de concreto, era todo lo que requería, por lo que emprendió el largo camino hacia el ignoto lugar.

Tras un incesante andar por tempestuosos mares de personas, luchando contra las oleadas de peatones autómatas incapaces de desviar la mirada y pensar que no son los únicos que importan en un universo de peatones autómatas, nuestro héroe llegó a la plaza y dio con la calle. De pronto, notó que ese era un sector que conocía y que, en particular, era famoso por un detalle: era un barrio dedicado al comercio de extranjeros, acaso la mayor muestra de Santiago como ciudad cosmopolita. Nuestro héroe conocía mucha gente que hubiera hecho comentarios xenófobos y racistas, pero él sabía que ninguno de esos tenía razón de ser, ya que, por un lado, eran personas como él, tratando de ganarse la vida de buena manera, y por otro, como dijera cierto sabio filósofo (no tiene subs :c), y parafraseo, si alguien sin contactos y dinero toma tu trabajo, probablemente eres un perdedor de proporciones épicas.

Nuestro héroe, sin embargo, se enfrenta a lo desconocido y entra en la mazmorra, que algunos exégetas osarán llamar caracol, y desciende asciende por sus perpetuos giros, buscando, do está el ansiado, el amado café. Y he aquí que tras llegar al último piso, al fondo a la cima de la mazmorra del caracol, encuentra, no sin dificultad, La tiendecita colombiana. Una lágrima de emoción amenaza con asomarse por su ojo, pero la contiene, porque la tarea no ha sido concretada aún, aún falta enfrentarse con el jefe final, el mal primigenio que azota las necesidades: la disponibilidad de stock.  Nuestro héroe busca el conocido tesoro, sus ojos recorren los estantes y pregunta a la dependienta, "¿no es que aquí puedo encontrar café?", y ella le responde, "he aquí", mientras señala, "que tengo café instantáneo y de grano entero". El golpe es rotundo. Nuestro héroe no cuenta con un molinillo para café y sus fuerzas lo abandonan mientras cae de rodillas. Escenas de su vida pasan frente a sus ojos. El local en San Diego. La caminata por las oleadas de gente. El aroma de un café recién hecho. El billete de 5.000 pesos que encontró cuando tenía 14 años. Todo en vano.

Puta bida (créditos a
a_crotty/iStock/Getty Images)
El héroe vuelve cabizbajo a su hogar, sus manos están vacías. El futuro cercano se ve oscuro para él y quienes con él contaban. Pero no todo se ha perdido, pues una luz de esperanza brilla en el horizonte, si bien es débil y tenue. La dependienta, cuando nuestro héroe habló con ella, aseveró que el café en grano molido, tan ansiado, llegaría en los próximos días y sus estantes volverían a estar llenos.

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